García Márquez construyó, en El otoño del patriarca, una maquinaria narrativa perfecta que desgrana una historia universal -la agonía y muerte de un dictador- en forma cíclica, experimental y real al mismo tiempo, en seis bloques narrativos sin diálogos, sin puntos y aparte, repitiendo una anécdota siempre igual y siempre distinta, acumulando hechos y descripciones deslumbrantes.
Opinión:
El otoño del patriarca narra la historia de un dictador en plena decadencia, lleno de los demonios producidos por el poder totalitario, un hombre viejo y atormentado al que la naturaleza misma de la senectud le muestra que el poder no puede con el paso del tiempo y la enfermedad.
Gabriel García Márquez hace un retrato de un hombre poderoso, desalmado y despótico que por medio del miedo ha sustentado respeto y poder. El perfil del Patriarca es el típico del dictador que se empecina en arraigarse en su tiránico trono hasta sus últimos días, un reflejo fiel de los dictadores latinoaméricanos; una amalgama de todos ellos sin importar sus ideologías. El Patriarca es un hombre venido del pueblo y de los suplicios de la miseria, obnubilado por todo lo que el poder le dio y que en su infancia se le negó, se monta en el poder gracias a que su país es inestable, propenso a las guerras internas y los golpes de Estado, tal como lo fueran sus homólogos reales de América latina.
El autor entonces establece el retrato de un hombre triste y aislado, que no se permite una vida normal, rodeado de personas que pueden ser hienas buscando la debilidad para alzarse con el poder; su soledad es su única y real compañera pero que al fin y al cabo no es más que otra traidora, pues también ella aporta a su paranoia y al declive de su cordura.
Por otro lado existe un personaje que se robará muchas veces el protagonismo del Patriarca, Patricio Aragonés, un doble muy parecido al dictador, usado para hacer las tareas cotidianas del gobierno, pero sobretodo para ser mostrado al público y servir como chaleco antibalas del real dictador. Patrico Aragonés se convierte entonces en el poder de mostrario, un títere más de la dictadura pero con la salvedad de que su figura idéntica al tirano le concede grandiosas libertades, esas que se le fueron sustraídas al pueblo, pareciera que Gabriel García Márquez lo coloca allí no sólo para que haga las veces de seguro de vida del Patriarca, sino como una metáfora, es decir el Patricio Aragonés no es más que la representación de todo lo que el dictador quisiera ser y hacer, ostentar su poder mientras se pavonea frente al pueblo, poder entablar relaciones y no estar en perpetua soledad, es una exención del tirano y de sus deseos profundos aniquilados por la misma fuerza aplastante que es el poder.
Gabriel García Márquez hace un retrato de un hombre poderoso, desalmado y despótico que por medio del miedo ha sustentado respeto y poder. El perfil del Patriarca es el típico del dictador que se empecina en arraigarse en su tiránico trono hasta sus últimos días, un reflejo fiel de los dictadores latinoaméricanos; una amalgama de todos ellos sin importar sus ideologías. El Patriarca es un hombre venido del pueblo y de los suplicios de la miseria, obnubilado por todo lo que el poder le dio y que en su infancia se le negó, se monta en el poder gracias a que su país es inestable, propenso a las guerras internas y los golpes de Estado, tal como lo fueran sus homólogos reales de América latina.
El autor entonces establece el retrato de un hombre triste y aislado, que no se permite una vida normal, rodeado de personas que pueden ser hienas buscando la debilidad para alzarse con el poder; su soledad es su única y real compañera pero que al fin y al cabo no es más que otra traidora, pues también ella aporta a su paranoia y al declive de su cordura.
Por otro lado existe un personaje que se robará muchas veces el protagonismo del Patriarca, Patricio Aragonés, un doble muy parecido al dictador, usado para hacer las tareas cotidianas del gobierno, pero sobretodo para ser mostrado al público y servir como chaleco antibalas del real dictador. Patrico Aragonés se convierte entonces en el poder de mostrario, un títere más de la dictadura pero con la salvedad de que su figura idéntica al tirano le concede grandiosas libertades, esas que se le fueron sustraídas al pueblo, pareciera que Gabriel García Márquez lo coloca allí no sólo para que haga las veces de seguro de vida del Patriarca, sino como una metáfora, es decir el Patricio Aragonés no es más que la representación de todo lo que el dictador quisiera ser y hacer, ostentar su poder mientras se pavonea frente al pueblo, poder entablar relaciones y no estar en perpetua soledad, es una exención del tirano y de sus deseos profundos aniquilados por la misma fuerza aplastante que es el poder.
Pero el Patriarca seguirá siendo el real ente todopoderoso, sobre él no hay nadie y desde su estancias demostrará su inmisericorde ser, haciendo lo indecible para no perder su trono, al final el tirano pasa a convertirse en dos seres, su doble Patricio Aragonés y él mismo, uno siendo la máscara y otro siendo el poder detrás del poder.
Pero por más que un tirano pueda ser temido e idealizado por el pueblo, al ocaso del día no deja de ser un simple humano, con temores y miserias, que por más que sea su vida algún día el tiempo se encargará de borrarlo del mundo, incluso del mismo recuerdo. Gabriel García Márquez entonces propone un dictador que es todos los dictadores del mundo, un reflejo de lo que el poder inmenso causa en una sola persona, y por sobre todo presenta a un hombre triste en soledad, que lo único que tiene en el mundo es poder.
«yo soy el hombre que más lástima le tiene en este mundo porque soy el único que me parezco a usted» Patrico Aragonés agonizante le dice al Patriarca.
Calificación: 4.5/5
Nació en Aracataca (Colombia) el 6 de marzo de 1927. Sus padres fueron Gabriel García y Luisa Márquez. Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, pero lo abandonó para dedicarse al periodismo y la literatura.
En 1955, publicó "La hojarasca", su primer novela. En 1961, se instaló en Ciudad de México. El mismo año publicó "El coronel no tiene quien le escriba" y al año siguiente "Los funerales de Mamá Grande". En 1967, mandó publicar en Buenos Aires "Cien años de soledad", la obra que lo consagró a nivel mundial. En 1972, ganó el Premio Rómulo Gallegos y en 1982, el Premio Nobel de Literatura.
Otras grandes obras suyas son "El otoño del patriarca"(1975), "Crónica de una muerte anunciada" (1981), "El amor en los tiempos del cólera"(1985) y "Noticia de un secuestro" (1996). Sus memorias fueron publicadas en 2002 con el título de "Vivir para contarla".
En sus últimos años padeció de cáncer linfático, mal que provocó su muerte en el 17 de abril de 2014, en Ciudad de México.